Maracaná fue una fiesta de los 28º Juegos olímpico

Por: Martín Bayona
“Una llama ecológica contra el calentamiento global de la atmósfera. “No se puede ya considerar hermosa una llama gigantesca”, dicen los organizadores de Río. Para enmarcar la llama el artista Anthony Howe ha creado una gran escultura mecánica que representa al sol, la fuente de energía que el mundo debería explotar. Cuando la llama luce, la estructura gira en espirales que representan la vida. Así, Río clausuró su ceremonia recordando al mundo el esfuerzo que hay que hacer para cambiar la forma de vida en el planeta.
En Maracaná, el pebetero arderá para nadie, esperando un partido de fútbol y la ceremonia de clausura, ya que el atletismo se celebrará en otro estadio. Una réplica en tamaño pequeño del pebetero se instaló en la Plaza de Pío X, ante la iglesia de la Candelaria, A las dos de la mañana del sábado, una llama robada de Maracaná fue trasladada hasta la iglesia, donde arderá en el pebetero replicado hasta el domingo 21, el día en que terminan los Juegos.”
La simbología temible inicial, amagada por la visión tenebrosa del Cristo del Corcovado bañado de amarillo y verde, los colores de la bandera del orden y el progreso, quedó rápidamente conjurada por un espectáculo íntimo pese a celebrarse en un escenario gigantesco, el de Maracaná, el estadio del drama del Mundial de fútbol de 1950. El espectáculo, capaz de convertir el himno de Brasil casi en una canción protesta de cantautor interpretada en voz íntima por Paulinho da Viola, un pequeño dios de la guitarra, alejó de los Juegos el tradicional tono triunfalista, de locura festiva sin sentido tipo festival de Eurovisión. Consecuentes con lo avanzado en el corto y suave montaje de entrada, una celebración de lo mejor que Brasil ha dado al mundo, la música nacida siempre de las clases populares, el desfile de las naciones participantes tras unaLa simbología temible inicial, amagada por la visión tenebrosa del Cristo del Corcovado bañado de amarillo y verde, los colores de la bandera del orden y el progreso, quedó rápidamente conjurada por un espectáculo íntimo pese a celebrarse en un escenario gigantesco, el de Maracaná, el estadio del drama del Mundial de fútbol de 1950. El espectáculo, capaz de convertir el himno de Brasil casi en una canción protesta de cantautor interpretada en voz íntima por Paulinho da Viola, un pequeño dios de la guitarra, alejó de los Juegos el tradicional tono triunfalista, de locura festiva sin sentido tipo festival de Eurovisión. Consecuentes con lo avanzado en el corto y suave montaje de entrada, una celebración de lo mejor que Brasil ha dado al mundo, la música nacida siempre de las clases populares, el desfile de las naciones participantes tras una bandera portada por su mejor deportista (Nadal, por España, con el estandarte bien agarrado con las dos manos, no como el británico Andy Murray, su rival tenista, que la llevó imponente en el aire sujetada solo por su mano izquierda; Phelps, por Estados Unidos) se alejó todo lo que puede ser posible de los habituales simulacros de desfiles militares para transformar Maracaná en un sambódromo por el que los deportistas paseaban como bandas de amigos en carnaval, disfrazados con sus uniformes, bailando entremezclados, rompiendo las filas y el orden, y una semilla de árbol, de 207 especies diferentes de árboles, tantos como países, en un pequeño tiesto que los deportistas depositaban en unas estructuras que luego serían trasplantadas a un parque. Guiándolos, en triciclos de vendedores, voluntarios, cinco de ellos mujeres transexuales, otro gesto por la igualdad y la inclusión. Entre ellas destacó la modelo Lea T, nacida Leandro, hija del exfutbolista internacional Toninho Cerezo. Las hojas del Brasil, el árbol del que los portugueses extraían el tinte rojo y dio nombre al país, sustituyeron, simples, naturales, los derroches de poderío informático y de computadoras que guio otras ceremonias cercanas.
Antes que ellos desfiló la musa Gisele Bündchen, las curvas de la garota de Ipanema que le tocaba al piano Daniel Jobim, el nieto de Tom Jobim, el que puso música a la letra de Vinicius de Moraes, las curvas de la Bossa Nova sobre las curvas de la arquitectura de Óscar Niemeyer.
En 2012, en la inauguración de Londres, el Reino Unido mostró su orgullo y su historia imperial partiendo de su gran contribución a la historia, la revolución industrial que dio pasó al capitalismo; en Río, el director e ideólogo del espectáculo, el director Fernando Meirelles de la magníficaCiudad de Dios,contó la historia de Brasil, desde los pueblos aborígenes y sus selvas insondables, el descubrimiento y conquista portugueses, la roturación de los bosques y su destrucción, el esclavismo de cuatro siglos, larevolución urbana, la necesidad de regresar al bosque en el futuro, a reconstruir la selva amazónica para sobrevivir, a través de sus músicas populares, de la bossa nova sensual, de laConstrucciónmás geométrica de Chico Buarque, el Passinho, la voz de las favelas, la samba de Elza Soares, el rap de Karol Conka, el Maracatu de Pernanbuco, para confluir todos en el País Tropical cantado para todos por Jorge Ben Jor. Entremedias despegó y salió por el techo del estadio el Bis 14 de Santos Dumont, el inventor de la aviación mundial hace 110 años.
Vanderlei de Lima enciende el pebetero
“Espero que la ceremonia haya sido una medicina contra la depresión de mi país”, dijo Meirelles. “Otros hablaban de ellos, de lo que habían hecho por el mundo; Brasil ha querido hablar del futuro, de lo que todos juntos podemos hacer por el planeta”. Y para recalcar el mensaje, el final de la fiesta fue una visión poética de la necesidad de la ecología, una poesía,
La flor y la náusea,recitada en portugués e inglés por las actrices Fernanda Montenegro y Judi Dench, tremendas y profundas acompañadas de imágenes de un simulacro de como el agua sepultará Ámsterdam, Florida, las Maldivas, si no se acaba con el calentamiento global. Más de 3.000 millones de personas, dijeron los organizadores, lo vieron por televisión en todo el mundo.
La fiesta acabó con la poesía y la trascendencia de la microbiología como religión de futuro, que cedió el paso al desfile de los rusos malqueridos, los admirados refugiados, el ceremonial, los discursos, los pitos a Temer al declarar abiertos los Juegos y los rituales de la bandera olímpica, el juramento olímpico, la paloma de la paz y la llama robada por el hombre Prometeo a Dios y ascendiente en las manos vacilantes de Vanderlei de Lima, el maratoniano al que un clérigo loco atacó cuando estaba a punto de proclamarse campeón olímpico en Atenas y que encontró consuelo de la gloria robada, 12 años más tarde, portando la antorcha por la escalera hasta el pebetero donde brillará purificadora 17 días en Río sobre los mejores deportistas, los más motivados, los entregados a un sueño, como lo fue él.
La federación colombiana desfiló con sombrero vueltiao y Yuri Alvear como abanderada.
Los deportistas colombianos que nos representen en los juegos de Rio 2016 tienen un reto ganado desde los Olímpicos de Londres 2012, cuando la comitiva colombiana alcanzó el mayor número de medallas en su historia. Los logros de Mariana Pajón y Caterin Ibargüen, además del proceso preolímpico del gimnasta Jossimar Calvo, nos ponen a pensar que es posible la obtención de más de un oro en estas olimpiadas, una proeza que Colombia aún no ha logrado.
Es por ello que vale la pena soñar en alto, pues lo que está en juego no es poco. Además del reconocimiento mundial por ganar alguna de las tres preseas, la recompensa monetaria es significativa, pues Coldeportes anunció que quien gane un oro en Río se adjudicará 240salarios mínimos legales mensuales vigentes (SMLMV), lo que equivale a tener $165.468.960. Adicionalmente, para quien gane medalla de plata el premio será de 140 SMLMV, $96.523.560; mientras que el bronce recibirá 100 SMLMV, $68.945.400.
Para los juegos de Río de Janeiro, la delegación nacional participa con 147 deportistas en 76 pruebas de los 19 deportes en los que ha clasificado. Todos con la ilusión de superar la excelente labor de hace cuatro años, cuando nuestro país obtuvo ocho preseas.
Si Colombia fuera tras el gran botín de oro y ganara las 76 medallas de oro que están en juego, el premio sumaría $12.540 millones. Si la victoria sumara todas las preseas de plata, el monto sería de $7.296 millones, mientras que en caso del bronce, $5.118 millones.
